jueves, 13 de enero de 2011

Mi amigo el Sol Negro

Héctor Mora Zebadúa*

Corría el año de 1987 cuando mi jefe político y amigo Guillermo González Guardado, me llevó a conocer a El Sol Negro, apodo irreverente con el que compañeros de mi organización (la ULR) se referían a Antonio Martínez, pero que a la vez lo reconocía como uno de los principales líderes del maoísmo mexicano, aun a disgusto de muchos de sus compañeros de credo.
Para mí fue todo un evento porque fui a conocer a uno de principales jefes (muchos años después algunos compañeros me dijeron que era el principal) del Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), organización considerada por nosotros como aliada muy próxima. Fue algo parecido a lo que sentí cuando supe quién era Guillermo González Guardado o cuando conocí a Raúl Álvarez Garín o cuando entreviste a Valentín Campa… fue conocer uno más de los héroes contemporáneos de la lucha revolucionaria… Así lo sentí. ‘taba emocionao.
La visita tenía como propósito que el Sol Negro le dijera a los cuadros del MRP en el Politécnico que no fueran sectarios y que se atrevieran a hablar abierta y sinceramente con nosotros. El Toño, cual era su costumbre, se portó distante y engreído, cosa que negó rotundamente años después cuando le reclame su proceder, y que en aquel entonces casi ni note y no me importó porque estaba conociendo a un tipo realmente importante en el mundo subterraneo de quienes habríamos de hacer la revolución. Además, la leyenda (ya entonces era una leyenda) decía que había sido uno de los líderes no visibles en 1968.
Años después, por ahí del 92 volví a encontrarlo en el PRD, en el Consejo Estatal. Era parte de una alianza con gente poco recomendable, por decir lo menos (esto sí lo aceptaba y le daba un poquitín de vergüenza). Otra vez teníamos compañeros de lucha en común, pues yo militaba sindicalmente en la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE) y él conservaba algo así como amistad con luchadores tan reputados e importantes en la CNTE como el profesor Amador Velasco Tobón, toda una institución en la Coordinadora, en particular en la Sección X del SNTE. Luego nos encontramos y trabajamos juntos en la comisión sindical del PRD, que coordinaba Álvarez Garín.
En 1994 nos encontramos en la Convención Nacional Democrática convocada por el EZLN. Para 1996 nos volvimos a encontrar en una coordinación del movimiento que era lo que quedaba de la Convención. Aquello era aburrido y frustrante, pues había que aguantar el ego de varios personajes que se creían ilustres. Hasta que la noche de un lunes, al salir de una de esas infames reuniones el Toño nos propuso a Sergio Alcantara y a mí que fuéramos a la cantina a grillar y a echarnos un par. Como soy de buena educación jamás le hago el feo a un par de rones. Ahí nos propuso integrarnos a un nuevo proyecto sindical ideado a partir del pensamiento marxista, cosa que me pareció apetecible. Había dos plus, la propia participación de él, el Sol Negro y la de Raúl Álvarez Garín, de manera que bastaron solo otro par de rones para que me diera por reclutado, sin conocer los documentos básicos… el movimiento fuera del PRD estaba de güeva, el PRD ya apuntaba a lo que es hoy, mi jefe y amigo el Willy González había muerto un año antes y mi vida personal era un infierno, me urgía un cambio. Pero, además, me hacían la deferencia de invitarme al club de la elite sindicalista revolucionaria nada menos que Raúl Álvarez (que la abandono aburrido y agüevonado bastante rápido, pero eso, por supuesto, yo no lo sabía) y el Sol Negro, no podía rechazar la propuesta. Así los últimos días de abril de 1997, luego de dos o tres largas reuniones preparatorias, asistí a la fundación de la Organización Revolucionaria del Trabajo (ORT).
A partir de ahí fuimos tejiendo una fina red de coincidencias, callamos discretamente las diferencias y forjamos a golpes de ron y tabaco una buena amistad el Toño y yo.
Fuimos cómplices decenas de veces en grillas e iniciativas. Durante una década cualquier pretexto nos funcionaba para ir por un par de pares. Al principio la banda era más numerosa: el Rojas, el Vázquez, el Rodrigo y algún otro borrachín ocasional. Pero siempre y todo el tiempo estábamos grillando, poniéndonos de acuerdo en qué y cómo lo haríamos. Y funcionaba. Por ello y por nuestras vocaciones alcohólicas aquello se convirtió en una costumbre. Hasta que Rojas decidió abrir el trabajo sindical en su organización y fusionarse con sindicalistas que arrastraban (tenían aclienteladas) masas. Hasta que a Rodrigo su partido le prohibió nuestra etílica amistad. Y hasta que Vázquez logró ser representante en el SME.
Cabe aclarar que ninguno dejó de ser borrachín, nomás se disperso el club. Sólo el Toño y yo seguimos al pie del cañón. Con el tiempo logramos reclutar a Pedro Martínez y al Pato José Luis Govea.
Compartíamos alcoholes, soledades, frustraciones, pero sobre todo sueños. Un optimismo casi patológico que ayuda a resistir la realidad y permite impulsarnos a un nuevo proyecto. Por ejemplo, de la ORT salió la iniciativa de la Asamblea Nacional de los Trabajadores (ANT). Nos convertimos, sin quererlo (contra nuestra voluntad) en la ANT, luego en La Esperanza se Respeta en el 2006 y en el 2009 en el MRP (reprise). Estuvimos en la Promotora, en las Caravanas, en el Frentote y en el Dialogo Nacional, como muchos otros necios y optimistas patológicos. El Toño tejía redes y promovía propuestas que daba terror y envidia a quienes no eran de su grupo, porque nosotros disfrutábamos de esas cualidades.
Jamás lo cohibía estar en minoría y nuca dudaba en hacer una propuesta y defender su punto de vista. Era obstinado, como todo buen militante de izquierda, pero sabía escuchar y promovía de manera consecuente los acuerdos del grupo, sin importar de quien fuera la idea.
Fuimos cómplices y compañeros, pero sobre todo amigos, al grado de que pese a que las diferencias entre nosotros fueron creciendo las ocultamos lo mejor posible, las dejamos de lado y optamos por no discutirlas, cosa rara entre grillos y soñadores izquierdosos.
El re-Toño tenía sus sorpresas. Con frecuencia la gente creía que era insensible y conchudo; en realidad era aprensivo y preocupón, pero se callaba las angustias. Le encantaba leer, sobre todo poesía. Conocía mucha literatura, en especial poesía. Una buena temporada le dio por escribir cuentos, publicarlos y darlos a leer a los amigos, con o sin pretexto. A escondidas escribía poesía. Fue muy aficionado al cine y buen reseñador de películas y novelas.
Otros aspectos poco conocidos son que de joven fue miembro del grupo de baile folklórico de la Normal y que estudió dos carreras: maestro y economista.
Además, para sorpresa de muchos, que lo veían toda la vida en la grilla, nunca fue profesional de la política. Toda su vida trabajó como asalariado, fue profesor en la SEP y en el CCH Oriente, siempre se ganó su pan y su par, nunca medró con la necesidad de la gente, no vivió de hacer clientelas, de hacer gestoría o de explotar la necesidad del pueblo.
Para terminar, había en su personalidad una paradoja: era un presumido muy modesto. En todos los años y litros que lo traté nunca me presumió sus méritos y glorias políticas personales. De eso me enteré por otras vías o preguntando y sacándole respuestas con tirabuzón. Presumía de su organización del pasado, pero nunca de su papel en ella, sólo que fue uno de los fundadores y nada más. Reconocía los errores de la izquierda, pero en su versión, el MRP no se equivocó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario