jueves, 20 de enero de 2011

Las alianzas perversas

Héctor Mora Zebadúa*

Cuando a principios de año escuché sobre una alianza entre el PAN y el PRD me sentí desconcertado, como todos lectores de periódicos y escuchadores noticias. ¿Cómo era posible? que el PRD y el PAN pudieran unirse, ¿para qué?, me pregunte; estos ¿qué se traen? Ante lo absurdo que parecía la propuesta especulé si ¿no sería que con ese propósito Calderón mandó imponer a Jesús Ortega en la presidencia del PRD? Me rehusé a creerlo por ser algo demasiado futurista e inteligente (aunque malévolo) para una persona que ha mostrado tan palmariamente sus limitaciones como Calderón.
Pasaron los días y gracias a los priístas comencé a entender qué sucedía. Los principales personeros del PRI salieron a hacer declaraciones histéricas y arrebatadas contra la alianza. Eso fue la clave: si al PRI la idea de la alianza lo ponía loco, fuera de sí, entonces la alianza no podía ser tan mala, pensé. Además, la alianza (de ser posible) sería el único obstáculo para el regreso del PRI a la presidencia.
Recordé que si Maquío hubiera declinado en favor de Cárdenas en 1988 habría sido imposible el fraude mediante el cual el priísmo impuso a Carlos Salinas en la presidencia. Porque hay que decirle a los jóvenes y a los desmemoriados que luego del fraude contra Cárdenas, un elemento central del debate, que no escandalizaba a las buenas conciencias, era la necesidad de lograr la unidad de todas las oposiciones contra el partido de Estado, para abrir paso a la democracia y la alternancia. Pero el PAN traicionó al pueblo y prefirió aliarse con el enemigo, el partido de Estado que en años recientes le había robado varias elecciones. La traición del PAN fue orquestada por el grupo de Luis H. Álvarez, en el cual un aperador destacado fue Diego Fernández de Ceballos. Convirtieron al PAN en una sucursal del PRI e impusieron a toda costa la derrota del PRD y la alianza con el PRI. Desde entonces el odio, justificado y comprensible, de las izquierdas al PAN fue creciendo y sustituyendo la discreta y pudorosa admiración que le profesaban por su lucha ciudadana y su resistencia pacífica (a veces no tanto) contra los fraudes electorales.
También hay que recordar que Calderón logró su candidatura a la presidencia venciendo al grupo salinista del PAN y al Yunke (representados por Fernández de Ceballos los primeros y por Manuel Espino los segundos), cuyo candidato era Santigo Creel. No olvidar que esas fuerzas abandonaros a Calderón a su suerte al inicio de la campaña, para cobijarlo posteriormente imponiendo condiciones y sólo porque de otro modo habría sido imposible evitar el triunfo electoral de López Obrador.
Tampoco hay que olvidar el virulento enfrentamiento que tuvo Calderón al final de 2009 con los grandes capitales del país, acusándolos ante la nación de no pagar impuestos. Los empresarios lanzaron a sus perros priístas a morder el cuello de Calderón en respuesta a la pretensión del enanín de hacerlos pagar impuestos, con el propósito de tener recursos para pagar la guerra contra el narco y hacer clientelismo.
Pero los empresarios estaban cansados: pagaron la campaña de linchamiento contra AMLO, avalaron el fraude y apoyaron el gobierno de Calderón, pero este salió muy incompetente y hasta los más ricos fueron victimas del crimen organizado, la economía del país paso de mal a peor y para colmo pretendía hacerlos pagar impuestos: ¡está pendejo!, dijeron a coro y lanzaron a los mercenarios de siempre a hacer lo que más les gusta, mover la colita a la vos del amo y morder a los enemigos del gran capital.
Poco después comenzó a hablarse de la alianza. Los priístas salieron a despotricar, directamente y a través de los merolicos de los noticieros, contra las alianzas perversas y pragmáticas (ellos, los campeones del pragmatismo más desvergonzado escupiendo al cielo). Acusaban que una alianza entre derecha e izquierda era antinatural, era como mezclar agua y aceite (que con el apropiado aditivo pueden mezclarse perfectamente y dan por resultado una emulsión, que suelen ser hermosas, útiles y hasta sabrosas). Tal alianza sería, gritaban, solo por buscar el poder (¿hay de otras?). Estaban tan descompuestos que hasta hablaron de traición al electorado, al país, a la historia, a los fundadores de los partidos embadurnados y hasta a ellos, a los priístas, que si de algo saben y han practicado con singular descaro es la traición.
Eso fue la prueba final, cuando hablaron de traición y el guaperrimo y hasta entonces inmaculado candidato, predeclarado vencedor por obra y gracia de Televisa, salió a decir que el gobierno panista y él, el gobernador del Estado de México, había firmado un acuerdo que prohibía a los panistas hacer alianzas que pusieran en peligro los triunfos priístas, a cambios de que los diputetes priístas aprobaran cuanta pendejada se le ocurriera a Calderón. Así de apanicado con la idea de una alianza de sus enemigos estaba el supuestamente invencible y todo poderoso PRI (¡ande cabrón, ya se vio dónde le duele, puñal!). Luego se aclaró que el firmante era el PAN y no el gobierno. Pero su presidente dijo que se rompía el acuerdo dada la fea actitud de los priístas en el Congreso de la Unión.
En un país democrático este escándalo habría derivado en grave crisis política, porque eso de negociar a futuro los votos para vetar a una fuerza política, es decir, a un sector de los electores, es algo más que simplemente bajo y sucio. Pero en México el asunto quedó en simple escándalo mediático, en chisme vulgar y tan tan.
Por fin se unirán las oposiciones para derrotar al verdadero enemigo del país, pensé. Lo malo es que estén a la cabeza Calderón por un lado y los chuchos por el otro, agregué muy agudo. Pero esto es lo que desde hace 20 años le hacía falta al país.
Luego del escándalo se habló más y más de la alianza, con la que para ese momento yo ya simpatizaba. Se dijo que eran contra el gobernador de Oaxaca, ¡excelente!, grite. Que también contra el asqueroso Mario Marín de Puebla, ¡Chingón!, exclame. Que lo mismo se aplicaría para el estado de Hidalgo. No pude más y cante ¡Albricias pastores! En Durango y Sinaloa la cosa era por el estilo. Si de derrotar al PRI se trataba me daba igual el candidato, porque qué puede ser más malo que Mario Marín o Ulises Ruiz o qué puede ser peor que el cacicazgo eterno y asesino del PRI en Hidalgo, etc.
Pero mientras yo era feliz, AMLO decía de la alianza casi lo mismo que los priístas y en plan de perdonavidas aceptó la antinatural alianza en Oaxaca.
No me extrañó la actitud de AMLO porque era lógica y previsible pues si las alianzas malvadas se llevaban a la práctica y tenían éxito en Oaxaca, Puebla, Hidalgo, Sinaloa y Durango, sería inevitable que se intentara repetir la receta en el Estado de México en 2011 y para la presidencia en 2012. Para este último caso, la única manera de que los perredistas aceptarán ir juntos con el PAN sería que el candidato no fuera un panista y menos uno radical, por lo que Espino y sus yunkistas quedarían descartados y lo mismo se aplicaría para los salinistas, foxistas (si los hubiera) y los calderonistas. Asimismo, para que los panistas aceptaran una alianza con el PRD el candidato no podría ser perredista y menos de los radicales, por lo que AMLO y todos los demás estaría descartados por definición.
En otras palabras, el éxito de la alianza PAN-PRD a nivel estatal haría ineludible la alianza por la presidencia y para ello deberían eliminarse los extremos de ambos partidos. Lo que haría posible un gobierno encabezado por un ciudadano o ciudadana independiente, pero acotado y protegido por los dos partidos. El programa de gobierno debería ser negociado y responder a intereses más amplios que los del PAN o que los del PRD. Lo cual, como les encanta decir a los compas de izquierda, no es garantía de nada. Pero cualquier otra cosa tampoco. Aquí el chiste es que se abren posibilidades.
Lamentablemente AMLO no acepta o no reconoce esta oportunidad y prefiere dejar la cancha a lo peor del PRD, los chuchos, que gozan el mayor de sus éxitos, pero solo por casualidad y porque sus rivales dejaron el partido.
Los resultados fueron contundentes, el PRI apenas se sostuvo, fraude mediante, en Hidalgo al enfrentar un PAN debilucho acompañado por un PRD pequeñin, pero que contaban con una candidata como mandada a hacer: mujer, indígena, empresaria, valiente, echada pa’delante, mal hablada e inteligente. En Puebla Mario Marín perdió y en Oaxaca Ulises Ruiz también. Con otro fraude el PRI agoniza en Durango.
La noche de las elecciones ratificó mis certezas y eliminó toda sombra de duda. Ver a todos los voceros de Salinas Pliego, de Azcárraga, de Vázquez Raña y demás fauna de esa calaña, echar espuma por la boca, hacer toda suerte de maromas discursivas, torcer la realidad y romperle la columna a la lógica, me hizo pensar: si esto pone tan mal a los dueños del dinero no puede ser malo, aunque los chuchos y Calderón estén ahí al asecho, tratando salvar sus inmundas saleas.
Sería de tontos no intentar repetir la receta contra el guapito canalla y en 2012. Pero los priístas y sus voceros en los medios no paran de descalificar y denostar una posible alianza; los salinistas del PAN hacen todo lo posible por recuperar el control del partido y evitar que los malditos ciudadanos se atrevan a dañar a su alma mater, el PRI. El yunke y Espino también andan tratando de volver a asaltar la dirección del PAN.
Por su parte, AMLO y su movimiento ya decretaron que el sólo hablar de alianzas e incluso pensar en ellas en la intimidad de baño o del propio cerebro es una traición de la más baja ralea, una herejía de las más peores. Pero no les incomoda, su relación con el PT (partido creado por el salinismo para quitar votos al PRD); tampoco les irrita haber entregado la Ciudad de México al exsalinista, Marcelo Ebrard, ni poner al mando del frente al exsalinista (nunca arrepentido) Manuel Camacho.
Así las cosas, la alianza tiene muchos enemigos, pero una gran amiga, la realidad, que como decía un viejo camarada, es más necia que nosotros.
Es necesario, urgente, para México deshacerse del PRI (eliminarlo como estructura político-delincuencial) porque nos mal gobernó durante 70 años, desarrolló e impuso una cultura política basada en el cinismo y la corrupción, destrozó y malbarató los recursos naturales del país, traicionó al pueblo y al proyecto emanado de la Revolución (plasmado en la Constitución del 17) en incontables ocasiones, privatizó servicios y empresas estratégicas y muchos, muchos etcéteras. Todo ello a cambio de estabilidad y paz social, que fueron más aparentes que reales y se construyeron sobre la base de la represión, la sobreexplotación de campesinos y obreros y la corrupción generalizada de la sociedad. Por ello, debería quedarnos claro a todos que en términos políticos el enemigo principal de los mexicanos y en especial de la clase trabajadora es el PRI.
Si es necesario aliarse incluso al PAN para desmantelar el poder priísta entidad por entidad e impedir su regreso a Los Pinos, hay que hacerlo.
Tenemos muchas razones para odiar al PAN y más para detestar y despreciar a Calderón, pero los panistas son sólo émulos de los priístas, sus gobiernos se han limitado a imitar al PRI, hacer lo mismo, continuar sus políticas. Las estructuras de poder, los poderes fácticos, el corporativismo (sindical y social), la descomposición de las instituciones, la ausencia de democracia en el país, la subordinación de los intereses nacionales a los de los empresarios y a los de la delincuencia organizada, siguen como bajo el priato. Las políticas económicas y sociales de los panistas son idénticas a las de sus antecesores.
Pero cuando las buenas conciencias se desgarran las vestiduras frente a la antinatural alianza entre PRD y PAN para derrotar al PRI, olvidan (seguramente por la pación que ofusca las mentes) hacer una análisis de los programas de los partidos y de las acciones de los gobiernos, para ubicarlos en la relativa y laxa geometría política. Poco o nada se discute sobre los actos y programas de los partidos. Es mentira que el PAN este a la derecha del PRI, que el PRD este a la izquierda y que el PRI sea el centro político. Esas son posiciones relativas que dependen de los programas de los partidos y de las políticas que desarrollan cuando son gobierno.
Por ello, hay que aclarar que es falso que el PAN este a la derecha del PRI, ni por sus actos ni por su programa. Desde hace casi 30 años hacen y dicen lo mismo. Los gobiernos panistas no han sido más derechistas que los priístas, salvo por temas más o menos secundarios como las minifaldas, el aborto, la homosexualidad, etc. Pero, por ejemplo, las reformas al IMSS, a la Ley del ISSSTE, el despido masivo de electricistas, eran planes de la gran burguesía que el PRI pospuso y le tocó concretar a los panistas.
El PAN hace y dice lo mismo que el PRI, pero no es lo mismo: su estructura y su presencia social son mucho menores. El corazón de la descomposición política se encuentra en el PRI. Eliminar al PAN no acaba con la rabia, pero desintegrar al PRI ayudará mucho más a sanar al país.
También es falso, con perdón de amigos y camaradas, que PRD este a la izquierda del PRI y del PAN, porque ha reducido el programa histórico de la izquierda a su mínima expresión. La justicia social y la eliminación o moderación de la explotación de los trabajadores se han olvidado por completo y su lugar lo toman los programas sociales de ayuda a los pobres, es decir, programas de limosna, de caridad. Y esta, aunque duela, es una de las más destacadas políticas neoliberales.
Aclaremos, no esta mal que la gente más necesitada reciba ayuda. Lo que esta muy mal es que a eso se limite la acción y el programa de un partido de izquierda. Explicaciones y pretextos hay muchos, pero el hecho es que la diferencia entre PRI, PAN y PRD, en términos de programa y de políticas de gobierno, se queda en el nombre de los programas para la limosna, en el presupuesto destinado a ellos y en a quienes se beneficia.
A la hora del debate político el PRD culpa de la pobreza al modelo neoliberal, el PRI a la ineficiencia del gobierno y el PAN dice lo mismo que decía el PRI cuando tenía el gobierno federal: que la pobreza es un mal inevitable, mundial y responsabilidad de la economía mundial, pero que gracias a ellos cada día es menor.
Así pues, una alianza entre PRD y PAN no es una alianza entre socialistas y democratacristianos, es un acuerdo electoral entre dos estructuras que representan matices (significativos) en un mundo hegemonizado por el ideario empresarial. Por lo que no hay por qué tirarse al piso. Pero si la separación ideológica y política fuera abismal, tampoco habría que desdeñar la posibilidad derrotar al cáncer priísta y de paso reducir la polarización política de nuestro país. Una alianza entre PAN y PRD obligaría a sus simpatizantes a ser tolerantes y a buscar puntos de acuerdo y contribuiría reducir la tensión social, para resolver los problemas.

* Sindicalista. Profesor en el CCH Vallejo.

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