jueves, 20 de enero de 2011

La guerra por el narco

Martín Trinidad*

En cuanto Calderón llegó a la presidencia de la república, sabedor de que carece de la simpatía del pueblo, que su administración es ilegítima, casi ilegal y políticamente débil, imitando a George W Bush se inventó “un enemigo externo”, con el propósito de unificar a los mexicanos en torno a su gobierno. El enemigo de Bush fue una abstracción: el terrorismo internacional. El enemigo de Calderón también es abstracto, intangible: el narcotráfico.
Desde los primeros días de su gobierno Calderón centró su atención y la del público en la guerra que él y sólo él le declaró al narcotráfico. Y empezó la masacre. Todos los días se informa de decenas de asesinatos (ajusticiamientos le gusta llamarlos la PGR) que practican las bandas dedicadas al tráfico de drogas.
Es extraño que si el gobierno de Calderón moviliza por todo el país a ejército, marina y policía federal, para hacer la guerra a las bandas del narcotráfico, la inmensa mayoría de las muerte se deban a enfrentamientos entre narcos y a ajusticiamientos entre ellos; muy pocos son los caídos en enfrentamientos entre las fuerzas armadas nacionales y las pandillas de narcotraficantes. Es igualmente extraño que el conjunto de las fuerzas armadas del Estado Mexicano en cuatro años no hayan logrado derrotar y exterminar a una cuantas bandas de delincuentes.
Hace poco Calderón tuvo un arrebato de pudor y decidió cambiar el término guerra por el de lucha, que se oye menos bélico y más civil.
Más de 33 mil muertos (casi todos civiles y menores de 30 años) le ha costado al país la fracasada guerra con la que Calderón busca legitimidad. Para dar la apariencia de que gobierna e intentando pasar a la historia como algo más que un mediocre usurpador, Calderón propicia un baño de sangre que, de manera complementaria, le ha servido al gobierno para justificar miles de homicidios que no son investigados ni castigados con el pretexto de que se trata de ajusticiamientos entre narcotraficantes. Tan escandalosa es la omisión gubernamental que los mismos narcos hacen sus investigaciones, graban sus interrogatorios y los suben a youtube, con la esperanza de convencer al pueblo y al gobierno de que ellos no fueron los autores de tal o cual masacre sino sus competidores, porque esos cabrones si son sanguinarios.
La guerra de Calderón es una farsa: las fuerzas armadas apenas han encontrado y asesinado a media docena de capos de segundo nivel (¿Cuáles serán las razones por las que los narcos no se rinden para vender información al gobierno?, ¿Por qué la marina no les da esa oportunidad y prefiere liquidarlos?) y casi nunca se enfrentan con los sicarios (nombre que la PGR y por contagio los medios de comunicación asignan a los adolescentes usados como carne de cañón por los narcos). No hay tal guerra.
Pero si no hay guerra, ¿Por qué hay tantos homicidios? Porque, extrañamente, una vez que Calderón declaró la guerra a los narcotraficantes, estos comenzaron a hacerse la guerra unos a otros de forma cada día más agresiva e irracional. Debería llamar la atención de todo mundo que en cuatro años los jefes narcos no hayan establecido una alianza contra el enemigo común; salvo que sean tontos o no haya enemigo común. El caso es que la guerra real es entre las bandas de narcotraficantes.
¿Por qué hay guerra entre narcos? La respuesta obvia, porque la repite hasta el hartazgo el gobierno de Calderón, es que se disputan las rutas y los territorios para mover la droga. Si ese fuera el caso, por qué en otros países no ocurre igual, por qué esa disputa se da sólo entre mexicanos, por qué los mexicanos no disputan los territorios de la misma forma en los Estados Unidos. Simplemente porque no es cierto.
Evaluemos el estado de la guerra entre narcos. Los jefes del narco y sus huestes están atrapados en una guerra absurda pues cada uno tenía y mantiene básicamente su territorio y rutas para meter drogas a los EU.
Se dice que uno de los pleitos comenzó porque un grupo piensa que uno de sus jefes fue entregado por el jefe de otra banda, pero el narco es un negocio, un mega negocio, y en algo tan grande la pasión y la ira no dominan por mucho tiempo. Acaso ¿No sería lo normal que a estas alturas, en lugar de continuar su absurda guerra, los jefes narcos ya hubieran dirimido sus diferencias para dejar fluir el negocio?, ¿De cuándo a acá los narcotraficantes son moralistas, principistas y llevan la venganza y el honor familiar a sus últimas consecuencias?, ¿Los narcos no son personas pragmáticas dominadas por la ambición y, en consecuencia, robar, corromper, violar, matar, usar a los jóvenes como carne de cañón, etc. no les causa mayor remordimiento ni les espanta el sueño?
En todas las guerras los ejércitos son integrados por adultos jóvenes. Cuando se prolongan y la disponibilidad de adultos se reduce, se integra a adolescentes e incluso niños a los ejércitos. En la guerra entre narcos los combatientes son cada vez más jóvenes. Esto implica varios problemas: a) la disponibilidad de personal para los combates, para cuidar las rutas y territorios y para el trafico de drogas es cada día menor; b) el recambio de personal incrementa el gasto en capacitación, a la vez que se reduce la proporción del personal con experiencia; c) las guerras prolongadas que se estancan entran en crisis y los actos de terrorismo y los crímenes de guerra se incrementan, como las matanzas colectivas; d) las guerras entre niños y adolescentes, que se han formado, crecido y educado en la guerra, son más crueles e inhumanas, por carecer de algún freno moral. Ninguno de estos hechos le conviene a las partes en pugna, en este caso los jefes narcos.
Aparentemente los capos no se han enterado que la pena de muerte no sirve para reducir el número de delitos. La aplican de manera indiscriminada sin obtener resultado favorable, pues ningún aprendiz de narco dejará de obedecer a su capo por miedo a que lo mate y lo torture la competencia. La pena de muerte que aplican los narcos contra sus rivales los perjudica a ellos mismos, pero no detienen la carnicería.
Para solucionar una guerra semejante, los capos de las mafias que contrabandeaba alcohol a los Estados Unidos durante la prohibición en la década de los años 20 del siglo pasado, acordaron los limites de sus territorios, determinaron el cobro de cuotas a pagar cuando una banda necesitara cruzar el territorio de otra o hacer uso de sus rutas, prohibieron agredir a las familias de los miembros de las mafias, prohibieron matar mafiosos sin la autorización expresa de un capo, de manera que los problemas se arreglarían entre jefes. La cuestión es ¿Por qué los narcos mexicanos no han podido resolver sus conflictos?
A finales de los años 80 del siglo XX, el gobierno norteamericano decidió eliminar al jefe del trafico de cocaína en Colombia, Pablo Escobar Gaviria, a quién se le considera el mayor asesino de la historia de aquel país, pues se le vincula a la muerte de alrededor de 5, 500 personas.
Oficialmente el gobierno norteamericano luchaba contra el tráfico de drogas, en especial intentaba reducir la cantidad de cocaína que entraba a su territorio. Se dijo, entonces, que la mayor parte de la cocaína que llegaba a los EU provenía de Colombia; transportada e introducida por el grupo de Pablo Escobar. El gobierno de Colombia hizo suyo ese discurso y se enfrascó en una guerra a muerte contra el narcotráfico.
A la larga los gobiernos de Colombia y de EU ganaron la guerra. Pablo Escobar se entregó a cambio de no ser extraditado y de elegir y controlar su prisión. Avisado de que irían a matarlo a su elegante y cómoda prisión trató de escapar y en el intento fue asesinado. En tanto, la entrada de cocaína a los EU continuó como siempre, no hubo escasez, no se incrementaron los precios, no hubo compras de pánico y el origen de la droga siguió siendo el mismo: Colombia.
Entonces ¿Por qué el gobierno yanqui le declaró la guerra a Pablo Escobar?, ¿Cómo lo derrotaron?
El Congreso gringo le declaró la guerra a Pablo Escobar, como consecuencia de que los poderes fácticos del imperio norteamericano decidieron eliminarlo. El hombre rompió las reglas, no escritas pero de acatamiento obligatorio, de toda mafia: 1) serás tolerado y protegido por el Estado a cambio de compartir las ganancias en forma de jugosos sobornos, 2) podrás gozar de todos los placeres e incluso departir ocasionalmente con la alta sociedad, pero serás discreto, te mantendrás en la sombra, sin ostentaciones, 3) no intervendrás en política; no apoyarás, no financiarás y mucho menos serás protagonista; te limitarás a hacer algunos trabajos sucios que se te soliciten, 4) respetaras y no cuestionaras tu posición en la estructura internacional del narcotráfico.
Pablo Escobar rompió todas las reglas: hizo escandalosa ostentación de la riqueza que le dio el tráfico de drogas; presumió a gritos que él era el jefe de la mafia; se hacía invitar a fiestas de políticos y empresarios; a cócteles de la alta sociedad y a eventos institucionales; hizo y presumió infinidad de obras de caridad, desde montones de canchas de fútbol hasta un barrio entero con su nombre; se hizo elegir senador suplente a través del partido que financió, “Nuevo Liberalismo” (del que fue expulsado posteriormente; en respuesta mandó a matar a los dos principales dirigentes) e incluso pretendió ser candidato a la presidencia. Por último, intentó penetrar con su organización más allá de lo permitido en el mercado norteamericano, quiso apoderarse de otros eslabones de la cadena de producción y comercialización de las drogas.
Pablo Escobar perdió la cabeza, olvido o no comprendió el papel y las limitaciones de los mafiosos, intentó revelarse y hacerse dueño de un negoció que no le pertenecía, del que sólo se le permitía ser socio minoritario por un tiempo, pero que pertenece a los dueños del imperio yanqui. En suma, se volvió loco y quiso salir del drenaje, que es el lugar que corresponde en la sociedad a los mafiosos; aunque se vistan de seda, coleccionen autos deportivos, hagan grandes mansiones, viajen en gran turismo y compren a las mujeres más hermosas. Cumplen una función, necesaria para el poder y el negocio ilegal, pero deben respetar las reglas o no sirven.
Cuando Escobar Gaviria intentó salir del drenaje, en 1983 un periódico, El Espectador, denunció lo que casi todo mundo sabía sobre él. Como consecuencia el Congreso le retiró la inmunidad y el gobierno comenzó a perseguirlo legalmente. Escobar mandó matar al ministro que lo denunció, a excompañeros de partido, al director de El Espectador y a muchos más.
Se levantó una campaña internacional de denuncia contra Escobar, se dijo que era el mafioso más malo, rico y poderoso del mundo, responsable de la adicción a la cocaína de los norteamericanos.
Mientras Escobar era perseguido y pasaba a la clandestinidad, otras bandas de narcotraficantes, antes subordinadas, crecieron en poder y capacidad de fuego de manera sorprendentemente rápida. Pelearon violentamente al Cartel de Medellín cada centímetro de sus territorios y rutas, es decir, armaron una guerra entre narcos. Escobar nunca logró llegar a un acuerdo con los otros grupos, lo querían fuera del negocio y de preferencia muerto.
Esta guerra entre carteles no tardó mucho en debilitar a Escobar, pero aún tuvo fuerza suficiente para negociar su entrega, su prisión y evitar ser extraditado. Desde su reclusión dirigió su organización, pero sus competidores se fortalecían y el se debilitaba hasta el punto en que el gobierno preparó un asalto a su fortaleza-prisión, con el pretexto de transferirlo a otra prisión, pero con el plan secreto de asesinarlo. Lo que finalmente ocurrió.
Así, el sistema se deshizo de un narcotraficante que perdió la perspectiva y salvaguardo el gran negocio de envilecer y esclavizar a millones de gringos haciéndolos adictos a la cocaína, una de las drogas más fuertes y adictivas.
Todo esto viene a cuento porque eso es precisamente lo que pasa en México. La guerra de Calderón contra el narco es en realidad la guerra de los poderes fácticos yanquis, dueños del negocio del narcotráfico, contra los jefes de las mafias mexicanas, porque estos, al igual que Escobar, perdieron la cordura y rompen las reglas del juego: son muy ostentosos, no son discretos (todo mundo los conoce), pretenden hacerse del poder político, controlan territorios sustituyendo al gobierno, crean ingobernabilidad y para colmo de males pretenden penetrar y controlar el mercado de drogas ilegales en EU, y eso es pecado mortal.
De manera que el propósito no es acabar con el narcotráfico sino eliminar a los cárteles actuales o a sus jefes (por eso prefieren matarlos que juzgarlos), para reemplazarlos por otros más moderados, discretos y sensatos, que entiendan y acepten el papel que se les asigna.
Sólo así se entiende por qué las bandas del narco mexicanas se la viven matándose unos a otros de manera irracional (asesinando decenas de adolescentes en fiestas y centros de rehabiitación), inconveniente para ellos e insensata. Están penetrados hasta la médula por agentes gringos que los inducen a pelear hasta aniquilarse, rompiendo la ley de perro no come perro.
Quienes ganan en todo esto son los dueños del negocio trasnacional del tráfico de drogas.
Solo restan dos comentarios finales.
Es alarmante que en toda esta masacre cotidiana, en la que han caído al menos 33 mil mexicanos en menos de cuatro años (en 12 años de guerra civil en El Salvador murieron alrededor de 75, 000 personas), en su totalidad pobres y casi todos jóvenes, las izquierdas mexicanas no tengan el tema de narcotráfico y la guerra como prioridades y que se limiten a criticar al gobierno por su estúpida estrategia, como si los capos de los carteles no tuvieran responsabilidad alguna, como si no usaran de manera cruel e inhumana como carne de cañón a nuestros jóvenes, a los que no damos ni escuela ni trabajo.
Nadie parece maliciar nada respecto a la fuerte campaña internacional en favor de la legalización de las drogas hoy prohibidas, en especial la marihuana. A nadie le llama la atención el repentino consenso en favor del consumo recreativo de drogas tan peligrosas y adictivas como la cocaína, bajo los argumentos de que la gente tiene derecho a retacarse lo que le venga en gana, sin importar las consecuencias que para la persona y su entorno tenga el consumo de drogas, y que así se reducirá la violencia asociada al trafico de drogas. Exagerando podríamos decir, entonces, que hay que legalizar la esclavitud y el tráfico de personas pues así se reducirá la violencia asociada a esas actividades.
Da la impresión de que se busca incluir entre los derechos humanos el derecho a las adicciones.
Tampoco nadie parece preguntarse quiénes saldrán beneficiados con la legalización y qué consecuencias sociales tendrán. Los primeros beneficiarios serán las personas que hoy son criminales y mañana serán honestos empresarios productores y vendedores de cocaína. Legalizar la cocaína es una forma de lavar de una vez y para siempre (y en consecuencia meterlos a la circulación normal y legal de la economía) los miles de millones dólares que han acumulado los carteles de la droga.
¿Estamos de acuerdo en que se permita a ciertos empresarios vender un producto que convertirá en esclavo al consumidor? No es admisible el cinismo de decir que ya se les permite a quienes hacen negocio con al tabaco y con el alcohol.
La mayoría de los accidentes automovilísticos se deben al consumo de alcohol. Millones de personas destruyen su vida por el alcoholismo, maltratan o descuidan a su familia por el alcohol. Millones de personas enferman por el consumo de tabaco. Los servicios de salud públicos gastan miles de millones de dólares en todos los países en tratamientos para remediar los daños a la salud producidos por el alcohol y el tabaco. Acaso ¿sería deseable agregar a este panorama los consumos masivos de cocaína y marihuana? No es creíble que cada quien sabe qué se mete o que cada quien tiene derecho a consumir lo que se le antoje. Es falso que la gente sepa qué se mete, si lo supiera no lo haría y no quedaría atrapada por la nicotina o por el alcohol o la cocaína o la heroína o la marihuana. No es un asunto de moderación, de autocontrol, ni de responsabilidad, el caso es que son sustancias adictivas y eso el consumidor no puede ni evitarlo ni controlarlo. En cada caso la intensidad del efecto y la rapidez con la que se cae en la adicción es variable, pero inevitablemente ocurre.
Perder el control sobre los propios actos, sobre la propia vida, perder la capacidad de decidir, quedar preso del consumo de ciertas sustancias, no es bajo ningún concepto una forma de ejercer la libertad como creen muchos rockeros trasnochados e ingenuotes y algunos izquierdistas cursis e ingenuotes.

* Exactivista en retiro ideológico, buscando la sanación de la República

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